El genoma, definido como la secuencia completa de ADN de un organismo, actúa como un sello de identidad que resalta la singularidad de cada ser vivo. Este aspecto se vuelve aún más fascinante desde la perspectiva de la evolución, en la que las similitudes genéticas entre individuos de la misma especie son prácticamente idénticas. Sin embargo, las mutaciones en esta secuencia pueden provocar cambios biológicos significativos y, en última instancia, el surgimiento de nuevas especies. En las últimas décadas, la capacidad de secuenciar los genomas de miles de especies ha proporcionado una comprensión más profunda de cómo la evolución ha dado forma a la extraordinaria diversidad de la vida en nuestro planeta. Un hallazgo destacado es la importancia de la pérdida de genes, que puede ser tan crucial como su adquisición en el proceso evolutivo.
La teoría de «menos es más» sugiere que la pérdida de ciertos genes puede conferir ventajas evolutivas insospechadas. Este enfoque contrarresta la idea común de que cada gen perdido implica una disminución de capacidades. Un ejemplo claro se observa en los humanos, donde la pérdida de ciertos receptores celulares ha demostrado ofrecer resistencia a enfermedades graves como la malaria y el VIH. Del mismo modo, en los colibríes, la reducción de genes del metabolismo energético ha facilitado su característico vuelo estacionario, adaptaciones que subrayan una fascinante interconexión entre la pérdida génica y la evolución de rasgos únicos y ventajosos.
A través de la secuenciación masiva de genomas, los científicos han identificado que la pérdida de genes se presenta con diferentes frecuencias en cada rama del árbol de la vida. Este fenómeno parece ser más predominante en ciertos grupos de organismos, llevando a algunos de ellos a convertirse en modelos ideales para estudiar el impacto histórico y funcional de la pérdida génica. Por lo tanto, entender este proceso podría resultar clave para desentrañar eventos evolutivos que han influido en la diversidad biológica que conocemos hoy.
Entre los modelos más fascinantes para estudiar la pérdida génica, encontramos a Oikopleura dioica, un pequeño organismo planctónico que ha sido objeto de investigación en la Universidad de Barcelona. Su genoma, significativamente reducido a menos de 70 megabases, presenta numerosas pérdidas de genes que son fundamentales en otros animales, lo que plantea un enigma evolutivo notable. La eliminación de la vía de señalización por ácido retinoico, un componente esencial del desarrollo embrionario, suscita preguntas sobre cómo O. dioica ha logrado sobrevivir y desarrollar sus características sin este influjo crucial.
El descubrimiento de que las subfamilias de factores de crecimiento de fibroblastos en O. dioica se han expandido y diversificado, aunque muchas otras se han perdido, aporta una nueva dimensión a la comprensión de la evolución. Este patrón apoya la idea de que la pérdida de genes no es simplemente un simplificador biológico, sino que puede ser un motor de innovación evolutiva. Al ampliar la hipótesis de «menos es más» a través del concepto de «menos, pero más», se pone de manifiesto que la pérdida génica, combinada con la duplicación funcional de los genes restantes, podría abrir oportunidades evolutivas que fomenten la adaptación y la complejidad en el camino evolutivo.