La ciencia ha alcanzado logros notables en el dominio de los sistemas simples y lineales, como lo ilustra el clásico péndulo de los antiguos relojes. No obstante, los fenómenos complejos persisten como un reto para las teorías científicas establecidas. Elementos como el clima terrestre, los mercados financieros y la estructura del universo, que incluye la enigmática energía oscura, desafían la capacidad predictiva de los modelos tradicionales. Esta situación plantea una pregunta fascinante: ¿es la complejidad un obstáculo insalvable o una oportunidad para una nueva comprensión? Desde hace tiempo, investigo la complejidad como una estructura que aún no ha sido descifrada del todo, partiendo de la hipótesis de que existe una “geometría interna” capaz de organizar sistemas de manera emergente, sin recurrir a jerarquías rígidas o reducciones simplistas.
El estudio de la complejidad no es nuevo; más de un siglo de investigación ha dado lugar a conceptos como la teoría del caos, los sistemas dinámicos no lineales y los fractales. Estas áreas examinan el desorden, en ocasiones revelando patrones ocultos tras su aparente caos. En este contexto, mi propuesta de una geometría relacional emergente se inscribe en el esfuerzo continuo por entender cómo las interacciones en sistemas complejos pueden dar forma a nuestro entendimiento de la realidad. Esta geometría no se define por el número de elementos o variables, sino por la naturaleza dinámica y adaptativa de las relaciones que se establecen entre ellos.
La dificultad para analizar fenómenos complejos ha venido acompañada de una insistente tendencia a la simplificación en la ciencia. Este enfoque ha sido eficaz para desentrañar conceptos de la física clásica y otras áreas; sin embargo, al aplicar este método a situaciones más complicadas, como el comportamiento del clima o el funcionamiento de redes sociales, se expone un límite. Las interacciones entre los componentes introducen características y comportamientos emergentes que no pueden ser comprendidos únicamente aislando cada parte. Esta realidad resalta el concepto de ‘emergencia’, donde urge la necesidad de desarrollar modelos que mantengan la esencia de estas interacciones y las propiedades globales que ellas producen.
Mi investigación busca proporcionar una nueva perspectiva sobre las estructuras emergentes y cómo estas se expresan en la realidad. Un claro ejemplo que podría beneficiar de esta nueva comprensión es el ecosistema de los arrecifes de coral, que, en ciertas condiciones, demuestra una asombrosa capacidad de recuperación frente a alteraciones como el blanqueamiento. Estudios revelan que dicha resiliencia es el resultado de las interacciones complejas entre las especies, más allá de su mera presencia en el entorno. Este enfoque también se podría aplicar en el ámbito económico, promoviendo un entendimiento más dinámico de las crisis sistémicas, así como en inteligencia artificial, donde la estabilidad y el aprendizaje podrían ser examinados desde una lógica relacional.
A nivel cosmológico, la energía oscura, tradicionalmente vista como un fenómeno constante en la expansión del universo, podría ser reinterpretada a través de esta nueva geometría relacional emergente. En esta visión, no solo es un término matemático, sino una manifestación de las relaciones dinámicas en el tejido del espacio-tiempo. La expansión del universo podría percibirse como un reflejo de cambios en las relaciones internas entre las regiones del cosmos, sugiriendo que la energía oscura misma podría no ser un elemento fijo, sino un indicador de una complejidad en evolución. Al igual que con otros sistemas complejos, este enfoque nos invita a reconsiderar las preguntas fundamentales sobre el universo, buscando patrones relacionales en lugar de depender de constantes arbitrarias.