El concepto de lawfare ha tomado fuerza en los últimos años, especialmente en el contexto político de América Latina. Se refiere a la utilización de las leyes y los mecanismos judiciales como herramientas para eliminar a enemigos políticos, más que para buscar justicia. Este fenómeno se manifiesta cuando un grupo de poder utiliza el sistema legal para neutralizar amenazas a su dominio, una estrategia que puede ser devastadora para la democracia. Casos emblemáticos como los de Luiz Inácio Lula da Silva en Brasil o Cristina Fernández de Kirchner en Argentina han puesto de relieve las tácticas de lawfare, donde los tribunales pasan a ser un campo de batalla política.
Daniel Jadue, exalcalde de Recoleta y figura del Partido Comunista de Chile, es otro ejemplo de cómo el lawfare se puede implementar en la práctica. Durante su mandato, Jadue se destacó por proyectos innovadores que desafían el monopolio de grandes empresas en diferentes sectores, como las farmacias. Su éxito lo catapultó a la contienda presidencial, lo que alarmó a los intereses económicos que se verían amenazados por sus políticas progresistas. El uso de acusaciones penales en su contra, que muchos ven como fabricadas para deslegitimar su figura, señala un riesgo creciente para aquellos que buscan cambiar el status quo en el país.
Las acusaciones que enfrentó Jadue, relacionadas con fraudes en el manejo de las Farmacias Populares, levantan dudas sobre la legitimidad y la motivación detrás de las acciones judiciales. A pesar de que nunca se le han comprobado delitos firmes, la prisión preventiva que sufrió por casi tres meses llama la atención sobre el uso desproporcionado de medidas severas en su caso, mientras que otros políticos y empresarios han recibido un trato muy diferente por delitos igualmente graves. Esto es un indicador claro de que el sistema judicial puede estar siendo manipulado por intereses políticos y económicos.
Los elementos que apuntan a un caso de lawfare en el caso de Jadue son múltiples. Desde la oportunidad en que se presentan las acusaciones, justo antes de una elección, hasta la falta de un tratamiento justo en comparación con otros casos de corrupción, donde algunos personajes han zafado de sanciones más duras. La presión mediática también actúa como un amplificador, distorsionando la percepción pública y reforzando el estigma de culpabilidad sin un juicio justo. Esto crea un ambiente donde las decisiones judiciales pueden influenciarse por la opinión pública y los intereses de quienes se ven amenazados.
El caso de Daniel Jadue es, por tanto, un espejo que refleja la salud de la democracia chilena y, por extensión, de toda América Latina. La normalización del lawfare puede tener repercusiones nefastas, pues alienta a otros líderes a abstenerse de proponer cambios que desafíen a los poderosos. Si se convierte en práctica común, quedará debilitada la voluntad popular y se socavará el Estado de derecho. El desafío es claro: ¿estamos dispuestos a permitir que el miedo a represalias legales silencie voces críticas, o defenderemos el derecho a luchar por un futuro mejor, aunque eso implique confrontar a los que controlan el sistema?