La idea del «cerebro triuno», popularizada por el neurocientífico estadounidense Paul D. MacLean, constituye un neuromito ampliamente utilizado en el ámbito educativo y como base para el llamado «neuromarketing». Según esta teoría, el cerebro humano está compuesto por tres estructuras evolutivamente superpuestas: un cerebro reptiliano, un sistema límbico y una neocorteza. Sin embargo, investigaciones recientes han desfigurando esta concepción, demostrando que el cerebro opera como un sistema integrado y que sus estructuras no han permanecido «congeladas» en el tiempo, como sugiere la hipótesis de MacLean. Este malentendido se ha propagado dentro del mundo educativo, alimentando creencias infundadas y, en consecuencia, prácticas pedagógicas basadas en fundamentos erróneos.
La esencia de la propuesta de MacLean se basa en una visión jerárquica de la evolución cerebral, donde cada «cerebro» representa un nivel diferente de complejidad y función. El cerebro reptiliano, siendo el más antiguo, se asocia a comportamientos instintivos y básicos; el sistema límbico, característico de los mamíferos, a las emociones; y la neocorteza a las capacidades cognitivas avanzadas. Sin embargo, esta clasificación ha sido desacreditada por la ciencia moderna, que revela que las similitudes en las estructuras cerebrales son mucho más complejas y extendidas a través de todas las clases de vertebrados. Las estructuras en el cerebro no funcionan de forma aislada, sino que están interconectadas, lo que desafía la idea de una jerarquía evolutiva estricta.
El apogeo de la teoría de MacLean en el imaginario popular ha llevado a muchos educadores a defender su validez sin contar con la evidencia científica necesaria. En este sentido, textos populares, como *Los dragones del edén* de Carl Sagan, han contribuido a difundir inadvertidamente estas creencias. Sin embargo, al analizar las bases científicas, se torna evidente que el enfoque evolutivo propuesto es insostenible. La evolución no se basa en la superposición de estructuras, sino en la adaptación y modificación de estructuras existentes que son fundamentales para la funcionalidad de todas las especies.
Investigaciones recientes sobre el comportamiento de otros animales, como los pulpos y ciertos insectos, refuerzan la idea de que la inteligencia y el aprendizaje no dependen de la supuesta jerarquía cerebral de MacLean. El comportamiento social y la capacidad para la resolución de problemas se han observado en especies que carecen de neocorteza, poniendo en entredicho la solidez de la jerarquía propuesta. Tal evidencia respalda la noción de que la cognición y el comportamiento complejo son comunes a un espectro más amplio de especies, lo que sugiere un enfoque más matizado en el estudio de la evolución cerebral.
Finalmente, es imperativo destacar que el cerebro humano presenta una compleja red de interacciones entre sus diversas regiones, lo que niega la idea de un «campo de batalla» entre la razón y la emoción. Las investigaciones contemporáneas han comprobado que las emociones y la cognición están altamente entrelazadas, desafiando la concepción simplista de un sistema límbico aislado. MacLean, aunque su trabajo sirvió como un punto de partida para el estudio de la neurología, sería cuestionado en la actualidad por promover conceptos que carecen de un respaldo científico adecuado. Es crucial que la educación y la divulgación científica se basen en evidencia empírica y se alejen de nociones erróneas que podrían obstaculizar la comprensión del cerebro y su funcionamiento.